
Al hablar de economía popular es preciso considerar los ejes de este concepto y las proposiciones estratégicas que le dan vida política: la inclusión, la cohesión social, el desarrollo humano sostenible, la vertebración social, la articulación productiva, la integración comunitaria, las actividades económicas colaborativas, la economía del cuidado y, nunca menos importante, el cierre de brechas salariales y de participación laboral entre mujeres y hombres y la causa investigativa que le acaba de valer el Premio Nobel de Economía a la Profesora Claudia Goldin, quien ha dedicado su vida a luchar por los derechos laborales de las mujeres frente a los asuntos de la maternidad, el trabajo doméstico y de cuidados, entre otros.
Ya, en alguna edición pasada, la Revista CAMBIO contribuyó a forjar una conceptualización general sobre la economía popular, con el fin de evitar discusiones que siempre han estado presentes cuando se definen las agrupaciones de las micro, pequeñas y medianas empresas y en el anacrónico debate impuesto por las élites entre informalidad y formalidad.
Sencillamente, denominamos Economía Popular a un inmenso conjunto de actividades productivas, comerciales y de servicios, ejecutadas por las pequeñas y medianas empresas, los trabajadores por cuenta propia, los independientes y autónomos, los micronegocios familiares y un largo etcétera. En la economía popular tienen cabida los negocios de subsistencia ambulantes y estacionarios y la provisión de servicios en espacios reducidos, los que viven de la manualidad intensa de la producción artesanal, y hasta las empresas mínimas y pequeñas de tecnología avanzada. Caben los servicios profesionales, el comercio comunitario y barrial, la agricultura campesina y las minicadenas productivas del tracto rural-urbano.
Capítulo especial dentro de la economía popular es el conformado por los agentes culturales, aquellos artistas, gestores y emprendedores que a título personal actúan en el amplio escenario de todas las artes, las culturas y los saberes en las dimensiones empresarial, unipersonal, colectiva, asociativa, comunitaria, colaborativa, así como en las esferas educativa, cívica, multiétnica y socio ambiental bajo consideraciones éticas y de admisión de la diversidad y de la pluralidad intercultural.
El calificativo popular que tuvo fuerza durante la primera mitad del siglo XX dando lugar incluso a la denominación de varias repúblicas que se auto calificaron “democrático-populares”, perdió terreno en la medida que las sociedades industriales fueron generando clases medias, nunca suficientemente reconocidas por la prédica leninista que hoy muchos historiadores consideran equivocada en esta percepción excluyente, por cuanto aceptó las capas pequeño burguesas como aliados estratégicos de la revolución proletaria, mas nunca como parte de su vanguardia, pese a que buena parte de las revoluciones socialistas fueron dirigidas por cuadros surgidos de la clase media. Al final, lo popular, lo que nace del pueblo y del trabajo y los encarna, terminó en el margen, visto con cierto desprecio por los grupos intermedios y fue recogido al cabo de los años por los partidos de derecha en muchas naciones, siendo notables los casos de España e India entre muchos otros.
Incluso en Colombia es notable el caso de ACOPI, el gremio aglutinante de los grupos sociales intermedios, que nació como una Confederación en 1951 agrupando 4 organizaciones regionales de Antioquia, el Caribe, el Occidente y Bogotá, bajo el nombre de Asociación Colombiana Popular de Industriales, pocos años después cambiaría su nombre por el de Asociación Colombiana de la Pequeña y Mediana Industria y más tarde, incluiría a las micro negocios de todo tipo para ser el gran representante de las micro, pequeñas y medianas empresas.
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